Hoy, en 2025, ese corazón racinguista late más fuerte que nunca. El Racing disputa nuevamente el playoff de ascenso a Primera División, el noveno intento de entrar en la élite en su historia. Los retratos de aquellos equipos campeones iluminan los pasillos de los Campos de Sport, y la afición viaja con la ilusión intacta. Como en las noches de los primeros ascensos, El Sardinero prepara sus bandas de música y sus bengalas: padres enseñan a hijos los cánticos, recordándoles que forman parte de una historia que merece ser contada en la máxima categoría. La épica de 1950, 1973, 1993 o 2002 vive en el presente: los verdiblancos sueñan con que cada remate y cada parada final los devuelvan a lo más alto.
Al caer el sol sobre la bahía, la brisa cargada de nostalgia recorre Santander. Pero más allá de los callejones empedrados y las viejas casonas, brilla una promesa: que los escalones a Primera no sean solo páginas de un libro sino la luz que guía al Racing de vuelta a casa. En este relato continuo, la fe de los aficionados —de la vieja guardia y de la savia nueva— alimenta un sueño compartido. Los años pueden pasar, pero en el color verdiblanco de la ciudad nunca se apaga la esperanza de nuevos ascensos y de otra noche mágica en el Sardinero.
De orígenes gloriosos
La historia del Racing arranca en 1913, cuando un grupo de jóvenes santanderinos dio vida al club que hoy somos. Casi seis décadas atrás, los verdiblancos ya se colaron entre los diez fundadores de la Primera División en 1929 y rozaron la gloria terminando segundos en la liga de 1930-31. Nadie olvida que el Racing es —hasta hoy— el único equipo cántabro que ha jugado en Primera. Desde aquellos días pioneros, los aficionados han alimentado el fuego de la ilusión con cada logro, guardando en la memoria colectiva la épica inicial que forjó su identidad.
Ascensos clásicos al Olimpo del fútbol
El primer gran triunfo de posguerra llegó en la temporada 1949-50, cuando Racing firmó un ascenso a Primera inolvidable. Aquel año, la delantera santanderina, armada con fichajes estrella como Rafa Alsúa, arrasó en Segunda División y certificó el regreso triunfal con un 4-1 sobre el Lleida en El Sardinero. Una década más tarde, el 10 de abril de 1960 el Sardinero volvió a colgar el cartel de «no hay billetes»: el empate 1-1 ante el Celta selló matemáticamente otro ascenso. Aquel equipo joven, con nombres como Vicente Miera, Peru Zaballa y Nando Yosu, volvía a llevar al cielo de Primera a miles de cántabros que vibraban con cada jugada.
Racing de los años 70: del “bigotes” a la euforia
En los años setenta surgieron leyendas en verde y blanco. El famoso “Racing de los bigotes” encendió de nuevo la pasión: el 6 de mayo de 1973, un gol de Aitor Aguirre selló en el Sardinero el tercer ascenso a Primera en la historia del club. Aquel día, la hinchada cantó como sardinas apretadas en el graderío, celebrando el anhelado regreso. Sólo dos años después, el equipo de Maguregui volvió a levantarse. El 4 de mayo de 1975, en un choque bronco contra el Barakaldo, los goles de Aitor Aguirre y Errandonea en Lasesarre certificaron el cuarto ascenso. La fiesta se desató con cohetes y pancartas en las calles de la ciudad, uniendo generaciones de aficionados veteranos y nuevos, todos saboreando el orgullo de ver al Racing en la élite por cuarta vez.
Los héroes de los 80: Setién y la afición
La década siguiente fue otra montaña rusa verdiblanca. El 24 de mayo de 1981, un solitario gol del mago Quique Setién al Levante en los Campos de Sport bastó para subir a Primera. El estadio explotó en júbilo: Santamaría, Villita, Preciado, Piru… nombres míticos que emergieron desde la cantera dieron sentido a las ovaciones. Tres años más tarde, el 6 de mayo de 1984, el equipo volvió a tocar el cielo empatando 0-0 con el Elche y conquistando su sexto ascenso a Primera. Aquel ascenso fue celebrado con sobriedad, pues muchos aficionados aguardaron horas en las puertas del estadio pensando que aún tenían que saltar al campo. La conexión entre jugadores isleños como Bergs y Chaparro y los ídolos locales Setién, Roncal y Villita quedó grabada en el corazón de la afición, tejiendo un lazo invisible entre una generación que recordaba viejos partidos y otra nueva que empezaba a creer en la historia del Racing.
Retorno al hogar: 1993, 2002 y la memoria colectiva
En los noventa llegaría la última quimera de aquel siglo. La promoción de 1993 quedó para siempre en la memoria racinguista: tras una agónica fase regular, el 30 de junio de 1993 el Racing logró el séptimo ascenso a Primera División, con Setién como héroe goleador. Los Campos de Sport registraron más de 25.000 almas vertidas en cánticos, y la imagen de jóvenes y viejos abrazados en las gradas se volvió icónica. Nueve años después, el 19 de mayo de 2002 el Racing volvió a consumar el ascenso, tras una temporada de demonios y redención. Contra el Atlético de Madrid, el histórico gol del canterano José Moratón lanzó otra celebración eterna. “Solo una temporada ha necesitado el Racing para volver a Primera División”, tituló la crónica deportiva de aquel día, recordando cómo la grada vibró de nuevo como en la noche de 1993. Cada ascenso encendía de nuevo el espíritu colectivode barrios, escuelas y bares de Santander, donde abuelos y nietos compartían historias de viejas gestas para imaginar juntos las nuevas.
El Sardinero y el legado de las generaciones verdiblancas
El estadio Campos de Sport de El Sardinero es mucho más que ladrillo y césped: es un libro abierto de pasiones compartidas. Allí se han celebrado campeonatos de Segunda, despedidas de héroes y subidas espectaculares, entre himnos de “Racing, Racing” y banderas ondeando al viento. Entre sus gradas, generaciones de verdiblancos han crecido con la fe de repetir el milagro. Nietos aprendieron de sus mayores que el verde y blanco es emblema de unidad, que en las victorias se abraza al desconocido como viejo amigo. La imagen de la grada repleta, abuelos con bufandas y nietos con camisetas similares, es el verdadero trofeo del club: la lealtad infinita de la afición, que convierte cada ascenso en fiesta eterna y cada descenso en promesa de resurrección. En Cantabria se cuenta y reza en voz baja que «nada es imposible cuando late el corazón racinguista en el Sardinero».