Hay algo de melancólico en la Copa del Rey para los equipos de Segunda División. Es como ese viaje obligatorio a un pueblo lejano en invierno: sabes que tienes que ir, esperas sacar algo provechoso, pero la verdadera vida transcurre en otro lugar. Esta noche, el Racing viaja a El Toralín con esa extraña mezcla de obligación e ilusión que destila el torneo del KO.
Los verdiblancos no son ajenos a la lógica despiadada de estas competiciones. Saben que caer ante la Ponferradina, un rival de categoría inferior aunque tocado por la crisis, sería un trago amargo. También saben que ganar apenas genera revuelo si no culmina con la llegada de un equipo de Primera División a los Campos de Sport. Es así. La Copa, para los pobres del fútbol profesional, es un camino de espinas con alguna que otra rosa.
El Racing llega como colíder de LaLiga Hypermotion, con 32 puntos en el bolsillo y dos victorias consecutivas que han endulzado el paladar. La Sociedad Deportiva Eibar y el Burgos CF ya conocen la garra de los de José Alberto. Pero esta noche, el técnico asturiano ha decidido que la Liga no puede esperar. Ha dejado en Cantabria a Villalibre, el goleador; a Gustavo Puerta,, a Andrés Martín, a Pablo Ramón. También se quedan Vicente y Jeremy, vapuleados por un virus que los ha derribado, y Facu González, cuyo tobillo aún duele del golpe recibido hace pocos días.
En su lugar, suben los chavales. Samu Calera, Diego Díaz, Izan Yurrieta, Santi Franco, Diego Fuentes. El filial como trampolín. La Copa como escaparate donde los menos habituales pueden gritar que están aquí, que merecen su oportunidad, que la jerarquía no es inamovible. Es lo romántico del torneo. Ese instante donde los jóvenes pueden cambiar destinos con una buena actuación. Aunque sea difícil. Muy difícil.
En El Toralín, la Ponferradina espera, pero no como rival que aspira a sorprender. El equipo berciano está en crisis, decimosexto en Primera Federación, apenas sobreviviendo. Tanto es así que hace poco estrenó técnico. Fernando Estévez se fue; Mehdi Nafti llegó. Un viejo conocido en Santander, alguien que defendió el verde y blanco entre 2000 y 2005, que sabe lo que significa ese escudo. Franco-tunecino, Nafti predica agresividad, intensidad, compacidad. Pocos alardes, mucha guerra. Lo que ocurra es que en tan pocas horas es difícil que haya calado sus ideas en una plantilla que recibe al Racing como tabla de salvación.
Dos cántabros defenderán al Toralín: Fede San Emeterio y Mario Jorrín —aunque este último no estará—. Veteranos que conocen el juego. Xemi Fernández, con cuatro goles. Borja Valle y Sergio Benito, con dos cada uno. Gente que ha visto llover. Pero la motivación es una incógnita que solo revelará el campo.
Lo que está claro es que el Racing viaja sin ánimos de relajarse. José Alberto no arriesgará lo fundamental. Ni puede, ni debe. La Liga murmura cada día en su oído. Aunque, eso sí, la Copa tiene su magia. Si se consigue pasar, si se logra recibir a un Primera División en casa, entonces el viaje, las horas en autobús, el frío de El Bierzo, todo adquiere sentido. Para los aficionados, que siempre ven con ojos de esperanza esas citas. Para los futbolistas, que se ponen bajo los focos mediáticos. Incluso para el técnico, que aunque le trastoque la planificación, ha dejado claro que su sueño es dirigir en Primera División algún día.
Cerca de 300 aficionados verdiblancos harán el esfuerzo. Más de tres horas y media de coche. Tres grados bajo cero. Lluvia. Jornada laboral. Regreso nocturno. Eso pesa. Pero la afición cántabra seguirá a su equipo, porque así funciona esto. El autobús está ya listo, el viaje está escrito.
Cuando José Alberto concluya su rueda de prensa, los jugadores volverán a subirse al autobús. Cuatro horas hacia casa. Mejores si el resultado es favorable; largas si la eliminatoria se escapa. Porque, siendo honesto, ya están allí. El viaje tiene precio. Solo vale la pena si trae consigo la ilusión de esas rondas mayores, de esos rivales grandes, de ese fútbol que engancha.
Pero primero, la Ponferradina. Y en El Toralín, con el frío atravesando los ánimos y la mente de José Alberto ya mirando a Cádiz con el rabillo del ojo, el Racing tendrá que ser serio. Porque la Copa, pese a su romanticismo, no entiende de categorías ni de necesidades ajenas.













