Hay noches que el Racing quisiera olvidar. Como aquella del 3 de enero de 2021, cuando la Real Sociedad B se presentó en El Sardinero con aires de venganza y se marchó con un 4-1 que dejó a Solabarrieta disfrazado de entrenador, o como la del 5 de junio de 2018, aquella tarde maldita de Samuín prematura en la que Julen Castañeda advirtió con sinceridad aplastante: «Como juguemos como hemos entrenado, nos pasan por encima». Dicho y hecho. 3-0 y adiós play off de ascenso. Manolo Higuera, entonces presidente, tuvo que cargar con la cruz de presentar su dimisión aquel mismo día. Pesadillas que quedaron escarificadas en la memoria colectiva racinguista, como cicatrices que no termina de cerrar el tiempo. El Racing ha vivido varios samuínes terribles en su historia reciente, y la Real Sociedad B siempre ha sido un invitado recurrente en esas noches de horror.
Pero este viernes, 31 de octubre de 2025, algo cambió. No fue miedo lo que flotó en el aire de El Sardinero, sino serenidad. Una serenidad que José Alberto parece haber conseguido inculcar a un equipo que ya no se deja asustar por los espectros del pasado. En una noche donde la Gradona de los Malditos desplegó su arte más oscuro, eligiendo el Huerto del Francés como motivo central de un tifo en negro absoluto que evocaba los antiguos Campos de Sport, donde la entrada se convertía en el eje narrativo de una puesta en escena teatral, el Racing reivindicaba su derecho a no tener miedo. «Que El Sardinero vuelva a dar miedo», parecía gritar la grada, con un recadito dirigido a Javier Tebas sobre el fútbol entre semana. Y así lo hizo, pero de una forma diferente a la que la historia recordaba: ganando con sobriedad, con orden, con la madurez de quien ha aprendido las lecciones.
El arranque dubitativo, la reacción inevitable
Los primeros minutos fueron incómodos, como si el Racing necesitara despertarse de una ensoñación. La Real Sociedad B, llena de chavales con esa inconsciencia que caracteriza a los filiales, llegaba con hambre. Garro ganaba por la derecha, Marchal remachaba a bocajarro con la osadía de quien no sabe perder. Ezkieta, sin embargo, tapó bien la tentativa. El meta de Tolosa fue crucial desde el primer suspiro, porque el Racing necesitaba tiempo para encontrarse a sí mismo. Andrés Martín intentó un disparo cruzado que se marchó al lateral del cielo. Entonces llegó la belleza. Entonces llegó Peio Canales.
Al minuto 26, un balón llovido dentro del área encontró al vasco con una precisión quirúrgica. Peio lo reventó. La pelota pegó en un defensor antes de decidirse por las mallas. Uno a cero. Después de más de un año sin ganar por esa cifra mínima —la última vez fue el 20 de octubre de 2024 ante el Cádiz—, el Racing se permitía el lujo de hacerlo en esta noche de Samuín, como si los propios espíritus decidieran que ya era suficiente de sufrimiento.
La ilusión truncada y el VAR que no ve claro
Con la ventaja, José Alberto pudo desplegar su catálogo de movimientos: ese relacionismo que tanto le embelesa, ese tiki-taka de «dame, vete, toma, pared, toca, juega, ven» que parece orquestado por un director de banda. Mantilla, el capitán, llegó a marcar el 2-0 tras varios rebotes, pero en Las Rozas decidieron que estaban indecisos. Cinco minutos estuvieron para dilucidar un fuera de juego que no era tan claro. El VAR se quedó mirando la pantalla como quien no termina de saber si lo que ve es real o una alucinación. El marcador volvió a marcarse «atrás». Los racinguistas tuvieron que conformarse con el 1-0, aunque a veces, como reconocía la Gradona, también se agradece ganar sin tener que rezar de rodillas.
Dani Díaz, el cántabro que jugaba en el bando contrario, estuvo cerca de empatar en la acción siguiente. Su disparo lo tocó lo justo Ezkieta para enviarlo a córner. El meta de El Sardinero hacía su trabajo: salvaguardar El Sardinero de las pesadillas.
La segunda mitad: gestión y angustia controlada
El segundo tiempo comenzó sin cambios, y eso fue la máxima de José Alberto: «lo que funciona no se toca». El Racing entró con cierta comodidad, pero pronto descubrió que comodidad y confianza no son hermanas gemelas. La Real Sociedad B se rebelaba cada vez que podía, como esos filiales jóvenes que aún no entienden que la experiencia es un grado. Un cabezazo de Balda hizo trabajar a Ezkieta. El lanzamiento de Ochieng se marchó demasiado cruzado.
Andrés Martín, ese sevillano que parecía disfrazado de Correcaminos en la noche de Halloween, agarraba la pelota de vez en cuando y se marchaba de medio Donosti como si los rivales fuesen benjamines. Pero el campo se le quedaba pequeño, su esfuerzo chegaba forzado, y la echaba fuera. Entre el desgaste físico de Pablo Ramón, quien después de año y medio en el dique seco apenas podía con el alma, y las malas entregas, al Racing se le estaba haciendo eterno ese segundo acto.
José Alberto entonces se atrevió. A los 65 minutos, Michelin sustituyó a Mantilla para refrescar la banda derecha. El camargués se marchó mosqueado, como si el míster hubiera cometido un acto de lesa majestad. Luego, once minutos después, entraron Sangalli e Íñigo de Ampuero. Los cántabros querían manejar el tiempo, buscar el segundo gol que les diera tranquilidad. Casi lo consiguen con una jugada personal de Andrés en el 80, pero el balón no quiso cooperar.
Los últimos compases: el candado final
En el 88, cuando la angustia ya empezaba a picar, el técnico mandó a Villalibre y Javi Castro. Uno de los cambios fue por Jeremy, otro por Andrés Martín. Era la señal: «Esto se cierra aquí». Y así fue. Apenas ocurrió nada más. El Racing controló el juego con la serenidad de los maduros, y los tres puntos se quedaron en El Sardinero para la satisfacción de los 18.723 espectadores que presenciaron cómo su equipo exorcizaba finalmente los demonios de las noches pasadas.
Una reflexión necesaria: de la ciencia ficción a la solidez
Es inevitable pensar en la temporada pasada. En aquella foto fija de la clasificación tan parecida. Pero, aunque José Alberto se rehúsa a mojarse en sus predicciones, las diferencias son evidentes. Hace un año el Racing volaba como si fuera ciencia ficción. Hoy destila cada semana mayor solidez, aunque José Alberto acierte al recordar que esto es muy largo, que habrá momentos mejores y peores, y que lo importante es junio, una lección que el racinguismo lleva ya escarificada en la piel. Según la Gradona de los Malditos, «este equipo tiene todo, todo para ser campeón». Y con seis puntos de renta sobre el segundo y el tercero, y siete en relación al séptimo, siempre se duerme mejor.
Aquella noche de Samuín, mientras las luces verdes iluminaban los ojos de niños invisibles en la recta final, mientras el tifo enviaba su mensaje silencioso contra Tebas y su fútbol entre semana, el Racing simplemente se permitía el lujo de ganar sin drama. Sin espectáculo. Sin miedo. El equipo ha aprendido que las historias de terror ya no son para ellos.













