En el fútbol, como en la vida, hay derrotas que pesan más que otras. No tanto por el marcador —que en este caso fue un 2-0 claro—, sino por lo que revelan. El Racing no solo perdió este domingo en el Almería Stadium; perdió rumbo, perdió pulso y, quizá, perdió parte de la confianza que había generado en su tramo más sólido de la temporada. A dos jornadas del final, cuando la tensión se convierte en juez y verdugo, el equipo de José Alberto López ofreció una imagen plana, irreconocible y preocupantemente frágil.
El encuentro comenzó con cierta intención verdiblanca: presión alta, posesiones largas, algún intento por los costados. Pero fue un espejismo. Bastó que el Almería pusiera una marcha más, con Luis Suárez al frente de cada estampida, para que las costuras del Racing empezaran a abrirse. El primer golpe llegó en el minuto 19: un balón cabeceado por el propio Suárez obligó a intervenir a Ezkieta, que dejó el rechace muerto en el área. Allí apareció Arribas, más despierto que nadie, para castigar la tibieza defensiva de los cántabros.
Y desde ese instante, el Racing se desdibujó. No supo leer el partido, no supo adaptarse ni sufrir con orden. La fluidez desapareció, el balón ardía en los pies de los centrocampistas, y la sensación de peligro era constante… pero siempre en la portería propia. No hubo alma, ni recursos, ni rebeldía. El fútbol, ese deporte tan cruel cuando el miedo entra en escena, fue un espejo implacable: el Racing mostró todas sus debilidades, y ninguna de sus virtudes.
La segunda parte fue la confirmación de la noche negra. Apenas tres minutos después del descanso, otra transición eléctrica dejó solo a Arnau, que definió a placer ante la pasividad general. El 2-0 era tan justo como doloroso. El banquillo intentó agitar el árbol con varios cambios, pero el fruto no cayó. Ni siquiera hubo una reacción emocional. El Racing fue un equipo derrotado demasiado pronto, sin capacidad de rebelarse, sin colmillo.
José Alberto, desde la banda, vivió con resignación un partido que se le escapó como arena entre los dedos. Su equipo fue inofensivo, desorganizado y sorprendentemente previsible. En juego estaba media temporada. Y el Racing no compareció.
Ahora, el margen se estrecha. Los cántabros siguen con opciones claras de asegurar el ‘play off’, pero esta derrota les deja expuestos, no solo por los puntos perdidos, sino por la imagen transmitida. El próximo compromiso, en Elda frente al Eldense, se convierte en una auténtica final. No ya por la clasificación, sino por la necesidad de recuperar algo mucho más difícil de contabilizar: la confianza, el juego y, sobre todo, la identidad.
Porque si algo ha demostrado esta jornada es que, en los momentos clave, no basta con estar. Hay que querer. Y, sobre todo, hay que parecer un equipo de verdad. En Almería, el Racing no lo fue.














