Hay derrotas que duelen y otras que retratan. Lo del Racing en Almería fue lo segundo. Lo más preocupante no es el resultado, que duele, claro, pero entra dentro de lo posible ante un rival potente y con nombres propios como Luis Suárez que marcan diferencias. Lo verdaderamente sangrante fue la actitud. O mejor dicho, la ausencia de ella. Porque en una noche clave, cuando hay que mostrar colmillo, oficio y hambre, el Racing volvió a quedarse en casa.
Y lo más grave de todo: esto no es nuevo. Es un patrón que se repite con una precisión que empieza a ser enfermiza. El Racing de José Alberto ha sido capaz de lo mejor, sí. Pero también de desconectarse en los momentos que más exigían lo contrario. En días donde se definen temporadas, este equipo suele mostrar una versión que desconcierta: un grupo sin energía, sin plan, sin esa dosis de maldad competitiva que distingue a los que realmente quieren ascender de los que solo lo desean de boquilla.
Lo del Almería Stadium fue una imagen ya vista. Un Racing apático, carente de ambición y con una peligrosa resignación a su suerte. Como si el mero hecho de estar en la pelea por el play-off fuera suficiente. No lo es. Nadie se acuerda de los casi. Y este equipo, con el talento que tiene, no puede seguir tirando por la borda oportunidades como la de este domingo.
La puesta en escena fue tibia, la reacción inexistente y la sensación final, desoladora. Cuando el balón quema, este Racing se encoge. Cuando hay que correr más que el rival, no llega. Cuando hay que ser valientes, se esconde. Y esto, por mucho que se maquille con discursos en rueda de prensa, habla de una falta de mentalidad que ya no puede seguir escondiéndose bajo la alfombra.
No es solo responsabilidad de los jugadores. El cuerpo técnico debe mirarse en el espejo. ¿Qué plan había en Almería? ¿Qué ajustes se hicieron tras el primer gol? ¿Dónde estaban las alternativas para levantar el partido? Este equipo ha mostrado herramientas durante el curso. Pero en los partidos grandes, las pierde como si de repente olvidase a qué juega.
El Racing no puede permitirse más actuaciones como la del domingo. Porque más allá de la clasificación, lo que se está perdiendo es credibilidad. A estas alturas, competir ya no es una opción: es una obligación. Y quien no entienda eso, que se baje del barco.
Quedan dos partidos. Dos. Si no aparece el Racing que ilusionó en noviembre , el Racing de los arrestos, la presión alta y el hambre, esto terminará como tantas otras veces: con la cabeza gacha y una nueva oportunidad desperdiciada. Y con razón. Porque quien no compite, no merece nada.