Desde el amanecer del domingo, Santander y Cantabria ya no dormirán : respira al ritmo de los bombos que retumban en las calles, sigue el rastro de humo que señala el camino de la hinchada y se viste de verde y blanco antes de enfundarse la bufanda. La ciudad, cómplice de este preludio, se convierte en un escenario vivo donde cada rincón guarda un verso de aliento para sus guerreros. Un ritual que solo ocurre en las grandes citas, y la del domingo a las 14,00 horas ante el Deportivo es una de ellas.
El pulso de las peñas
Muchos bares el domingo despertarán con una cafetera humeante y el murmullo de voces nerviosas por un encuentro por un lado crucial para el futuro del Racing y con grandes recuerdos de un glorioso pasado de ambos equipos. La tensión al salir de casa crece a la hora de ponerse la elástica racinguista y la bufanda que tanto tiempo acompaña a cada racinguista. Al llegar a los Campos la curva donde se sitúa la sede de la Asociación de Peñas, lugar de encuentro para le previa de centenares de personas, será un hervidero de gente, ya con pancartas, banderas ondeando y bufandas que se deslizarán entre manos encendidas por la ilusión.
El rugido de La Gradona
Cuando el autobús del equipo asome tras la curva de El Sardinero -sobre las 12,30h-, llegará el primer ritual importante. El recibimiento al equipo allí «malditos» e invitados se funde en una sola voz gutural, acompasada por bengalas, antorchas y tambores. El humo rojo inundará el cielo sobre la carretera, dibujando sombras que se alzan hacia los jugadores. Es allí donde el aficionado se convierte en viento huracanado, en llama colectiva, en un empujón de fe inquebrantable, , empujando al equipo hacia el césped y recordándoles que, juntos, son invencibles.
Ritos y supersticiones
Cada partido en El Sardinero lo hace con un estruendo atronador: tambores, bombos y cánticos guturales estallan al unísono, dando paso a un mar de voces que parece querer arrastrar el estadio hacia adelante. Bajo un manto de humo verde y blanco que asciende y se retuerce sobre las cabezas, los hinchas corean letras que se convierten en himnos personales, mientras cada redoble forja el ánimo colectivo. En esta atávica ceremonia, los seguidores no solo alientan: ofrendan su pasión, modelan el pulso del encuentro y convierten El Sardinero en un santuario de épica cinematográfica donde el Racing se siente empujado por un ejército de corazones que quiere llevar a su equipo hacia la ilusión que les persigue: la primera división.
La importancia de La Gradona para los jugadores
. En la previa al decisivo encuentro, el centrocampista Unai Vencedor destacó la entrega de los seguidores y afirmó que “lo de nuestra afición es una locura y nos lo demuestran en cada partido”, resaltando el impacto de su aliento en los momentos críticos del encuentro Por su parte, Pablo Rodríguez quiso “agradecer a la afición todo su apoyo” y manifestó su deseo de “devolverles todo lo que nos dan con victorias”, subrayando la simbiosis entre vestuario y grada Ambos futbolistas coinciden en que el rugido de las tribunas en El Sardinero es un auténtico motor que eleva el rendimiento del equipo y refuerza la convicción de alcanzar los objetivos propuestos