Hay piezas que no se usan todos los días, pero que cuando aparecen, transforman completamente a quien las lleva. No es solo ropa ni un complemento más. Es una forma de mostrar respeto por una costumbre, de sentirse parte de algo más grande. En el sur de España, eso ocurre con una prenda muy concreta: la mantilla. Y con ella, inseparable, la peineta.
Aunque mucha gente asocia la mantilla a la Semana Santa o a bodas muy formales, lo cierto es que sigue siendo un elemento vivo. No se ha quedado en el pasado. Al contrario, hay generaciones jóvenes que se acercan a esta prenda con curiosidad, con orgullo, y con ganas de entender cómo se coloca, cuándo se lleva y por qué sigue teniendo sentido hoy.
La mantilla no es un disfraz, es un gesto
Lo primero que hay que entender es que no todas las mantillas son iguales. Las hay de blonda, de tul bordado, de encaje artesanal o industrial, pero hay una que tiene un carácter especial: las mantillas de seda. No solo por el material, sino por la caída, por el brillo, por cómo se adapta al movimiento. No pesan mucho, pero tienen presencia. Cuando se colocan bien, dan una elegancia que no se consigue con ningún otro tejido.
Se usan sobre todo en actos religiosos o institucionales, y aunque se rigen por un protocolo bastante claro, cada mujer lo adapta a su estilo. Porque, al final, la mantilla no borra la personalidad, sino que la resalta. Algunas la colocan más alta, otras más abierta. Hay quien opta por colores clásicos y otras que juegan con los tonos marfil, gris o incluso rosa suave, según el evento.
La importancia de elegir la peineta correcta
Tan importante como la mantilla es la peineta. Sin ella, no se sostiene. Pero no se trata de cualquier pieza. La peineta no es una diadema ni un peine decorado. Es una estructura firme, curvada, que se coloca en la parte posterior de la cabeza para dar altura a la mantilla. Y aunque su función es práctica, también aporta estilo.
Las hay de carey, de imitación, de materiales modernos, con o sin grabados. Algunas son auténticas obras de artesanía, talladas a mano, con dibujos florales, líneas clásicas o formas más modernas. Elegir una peineta no es solo cuestión de gusto, sino de equilibrio. Tiene que ir en proporción al tamaño de la cabeza, al peinado y a la propia mantilla. Una muy grande puede sobrecargar el conjunto. Una muy pequeña, quedar deslucida.
Colocar bien la mantilla lleva más arte del que parece
Quien lo ha hecho muchas veces lo hace casi sin pensar. Pero quien se enfrenta por primera vez al ritual de vestirse con peineta y mantilla suele sentirse un poco perdida. No se trata solo de colocarla encima y fijarla con horquillas. La clave está en que quede ajustada, pero no tensa. Que enmarque la cara sin taparla. Que tenga una caída natural y no forme pliegues raros al caminar.
Muchas mujeres cuentan con ayuda para este proceso. Una madre, una amiga, una modista. También hay peluqueras especializadas en este tipo de recogidos, que saben cómo fijar bien la peineta y cómo colocar la mantilla para que no se mueva durante horas.
Usos que siguen vivos más allá de lo religioso
Aunque la imagen más habitual de una mujer con mantilla es la de una procesión de Semana Santa, también se ven en bodas —sobre todo en madrinas—, en recepciones oficiales o incluso en algunos actos culturales. Y en todos esos contextos, la presencia de la mantilla cambia el ambiente. Tiene algo solemne, pero también íntimo. Es como una señal visual de que lo que está ocurriendo merece un respeto distinto.
Hay quien piensa que es una prenda “de otra época”, pero basta ver a mujeres jóvenes que la usan con seguridad y sin rigidez para darse cuenta de que no es así. No es una obligación, ni una tradición muerta. Es una elección consciente. Un gesto hacia las raíces, pero también hacia uno mismo.
Conservar lo antiguo y adaptarlo al presente
Una mantilla de seda puede pasar de una generación a otra. Algunas tienen más de cincuenta años y siguen en perfecto estado. Lo mismo ocurre con la peineta. Hay familias que las guardan como parte de su historia, y que cada vez que alguien las saca del cajón, reviven recuerdos.
Pero también se siguen fabricando. Hay artesanos que trabajan con materiales nuevos, que hacen diseños a medida, que buscan combinar tradición y estética actual. Incluso algunas diseñadoras están reinterpretando el conjunto completo para hacerlo más ligero, más versátil, sin perder su esencia.
Esa es la clave: mantener el espíritu sin quedarse atrapado en el pasado. Que una mantilla no sea un disfraz, sino una forma de estar presente, de decir “yo también soy parte de esto”.