La cueva de El Castillo, uno de los yacimientos más emblemáticos del arte paleolítico en Cantabria, ha sido recreada en tres dimensiones para mostrar su aspecto original durante el Paleolítico Superior. Esta reconstrucción ha sido realizada por la investigadora Olga Spaey (Université Bordeaux-Montaigne, CNRS-IKER y Universidad de Cantabria), en el marco de su tesis doctoral.
El proyecto, codirigido por el profesor de la UC e investigador del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas (IIIPC), Diego Garate, y por Aritz Irurtzun, del laboratorio IKER (CNRS-UMR 5478), tiene como objetivo principal estudiar la distribución espacial de las representaciones de manos en el arte rupestre y lo que pueden decirnos sobre las sociedades que las crearon.
Para ello, Spaey ha llevado a cabo un exhaustivo estudio de la cueva con el fin de eliminar visualmente todas las modificaciones provocadas por la actividad humana moderna y reconstruir su morfología original. «La cavidad ha sido muy alterada con el paso del tiempo, y necesitaba conocer cómo era realmente cuando se realizaron las pinturas», explica la doctoranda.
El equipo ha combinado análisis geomorfológicos —realizados junto al geólogo Martin Arriolabengoa (UPV/EHU)— con un trabajo intensivo en archivos históricos, en colaboración con el Instituto Frobenius. Entre los materiales recuperados destacan más de 200 fotografías inéditas tomadas en la década de 1930, cuando artistas del instituto alemán viajaron a España para documentar mediante dibujos las cuevas de Altamira, La Pasiega o El Castillo.
Con toda esta información cruzada —incluyendo planos antiguos, descripciones históricas y comparativas fotográficas del antes y el después— se ha podido devolver virtualmente a El Castillo su estado original en la época en la que fue decorada.
«Una cueva no es solo un lienzo para el arte rupestre, es un espacio cultural cargado de significado para quienes lo habitaron», subraya Diego Garate. En este sentido, señala que no basta con estudiar las pinturas; también es esencial entender el entorno físico, la iluminación natural y las condiciones que moldearon la experiencia de quienes las realizaron.
Además de su valor para la investigación científica, esta reconstrucción en 3D se plantea como una potente herramienta de divulgación. Permite al público general asomarse a un paisaje prehistórico hoy en gran parte transformado y comprender mejor el contexto en el que surgieron las primeras expresiones simbólicas del ser humano.
“Es una base de conocimiento acumulado”, destaca Garate, “sobre la que podrán construirse futuras investigaciones que sigan profundizando en el origen del arte y la forma de vida de nuestros antepasados”.