El merchandising personalizado ha pasado de ser un simple regalo corporativo a convertirse en una herramienta que, bien usada, dice mucho de cómo es una empresa. No se trata de llenar un stand con objetos serigrafiados ni de repartir bolígrafos como quien lanza caramelos. El verdadero valor está en cómo se integra dentro de la experiencia del cliente o del entorno de trabajo, sin que huela a campaña de marketing.
Cuando el detalle es parte del servicio, no un extra
Un error muy habitual es entregar un objeto promocional como si fuera una especie de compensación o premio. “Gracias por tu compra, toma esta libreta con nuestro logo”. Eso, lejos de generar vínculo, se siente artificial. En cambio, si el merchandising aparece como parte natural del servicio —un kit de bienvenida, un extra bien pensado en una entrega, un recuerdo de una formación—, la cosa cambia.
Imagina que vas a una asesoría por primera vez y te entregan una carpeta personalizada con tu documentación, una guía fiscal y una libreta discreta con el logo en un rincón. No parece un regalo, parece profesionalidad. Y lo guardas. Porque tiene sentido. Eso es merchandising útil y bien integrado.
El diseño cuenta más que el objeto en sí
A veces no es lo que regalas, sino cómo se ve. El mismo tipo de taza puede tener un impacto muy diferente dependiendo del diseño que lleve. Un objeto personalizado no tiene por qué gritar el nombre de la empresa. De hecho, los regalos que más se conservan suelen ser los que tienen un diseño bonito, una frase ingeniosa o un toque original.
El logo puede ir en la parte inferior, en una etiqueta o incluso en el embalaje. El foco no siempre tiene que estar en la marca, sino en la experiencia de uso. Si el objeto gusta por sí mismo, el usuario lo usará, y entonces tu marca estará ahí, sin forzar nada.
Los empleados también son parte de la estrategia
El merchandising personalizado no es solo para eventos o para clientes. El equipo interno también lo valora. Una camiseta cómoda, una botella reutilizable o un cuaderno bien hecho para el día a día pueden reforzar el sentido de pertenencia. Y, de paso, generan visibilidad de forma natural si los empleados los usan fuera del entorno laboral.
Esto no tiene que parecer propaganda interna. De hecho, cuanto más útil y bien hecho esté el objeto, más lo usarán y más circulará fuera de la oficina. Es una forma silenciosa de construir marca desde dentro hacia afuera.
No hace falta hacer algo diferente, hace falta hacerlo bien
Hay mucha obsesión por buscar el objeto más original, cuando muchas veces lo más sencillo es lo que mejor funciona. Un bolígrafo de calidad que no se rompe a los dos días, una bolsa de tela resistente, una libreta que no parece sacada de una papelería de saldo. El truco no está en inventar nada, sino en elegir bien.
Incluso objetos básicos pueden tener impacto si el mensaje que los acompaña está bien pensado. Un simple sobre con una nota escrita a mano y un pequeño detalle útil puede quedarse más tiempo en la mente del cliente que un altavoz bluetooth barato que no se oye bien.
Regalar por regalar no construye marca
Repartir sin criterio lleva a eso que todos hemos hecho alguna vez: tirar lo que nos han dado en una feria antes de subir al coche. Si el objeto no tiene uso, si está mal presentado o si no tiene ningún valor añadido, termina en la basura. No construye vínculo ni deja huella. Solo ocupa espacio y representa un gasto innecesario.
Por eso, cada vez más empresas están cambiando la forma en que usan el merchandising personalizado. Menos cantidad, más calidad. Menos logo grande, más diseño cuidado. Menos “te damos esto porque sí” y más “esto encaja contigo y con lo que has vivido con nosotros”.